Sin tiempo, con prisas, casi con arrepentimiento. Tratando de convertir los minutos en segundos mientras nos arrancábamos la ropa. En la penumbra de la habitación, el zumbido del aire acondicionado, y como siempre, alguna opera, hicieron los coros a mis gemidos. Sí, no quería ser callada, ni comedida, y me da igual lo que piensen tus vecinos.
Cuarenta y cinco minutos después, te dejé ordenándolo todo como si no hubiera pasado nada.
Esta vez ni siquiera hubo un te quiero, quizá has decidido dejar de mentirme.
Me has llamado desde ese día varias veces, y no te he contestado. No estoy enfadada, ni dolida, no... no es eso... pero puede que eche de menos las mentiras.
A veces la indiferencia duele más que cualquier mentira...
ResponderEliminarPD: Vale, te cedo la frase, pero si un día escribes un libro te cobraré derechos de autor... jajaja
(K)