jueves, 7 de octubre de 2010

Por casuadlidad

El destino, la bendita casualidad, hizo que me encontrase ayer con él. Yo huía, literalmente, de mi casa, y él, apareció cual caballero andante al rescate justo cuando doblaba una esquina. Cambiar mi plan de paseo sola, por paseo con él, fue sencillo. Una conversación agradable, aguantar las ganas de besarnos, y alguna caricia mal disimulada, compusieron nuestro tiempo.
Tengo muy poco lugar en tu vida, le dije, tampoco yo lo tengo en la tuya, dijo él. Negué con la cabeza, sin pronunciar palabra alguna. ¿No? dijo él, y entonces le hablé de Rebecca, y le pedí que no me hiciera hablar, que al igual que ella yo aún no había aprendido. Él no insistió en saber, pero no puedo olvidar sus ojos mientras me oía hablar, como si de verdad ese pequeño pasaje en un libro, y mis palabras al explicárselo fuesen algo... maravilloso. Pasamos el rato haciendo planes probablemente imposibles de llevar a cabo. Queriéndonos con los ojos, besándonos en cada mirada, sabiéndonos juntos. Como recuerdo de ese tiempo breve, guardo una flor, un pequeño regalo que crecía junto a una vieja encina. Me sentí tan joven ayer, mientras la colocaba con cuidado entre las páginas de un libro... tanto... tanto...

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