viernes, 10 de febrero de 2012

Los cuentos de Villa Nueva del Torrente Seco.

Cansada como estoy de mi misma,de subir y bajar, y acabar siempre en el mismo sitio...
Pensé por un momento en dejar este lugar, marcharme tan silenciosamente como llegué. Para no hablar durante un tiempo de mis "penas de amor", que a fin de cuentas no tienen miras de acabar, y que será como... dejar de ver una telenovela unos días, en cuanto ves un capítulo ya estás al día porque todo sigue practicamente igual, pues... he pensado en ir dejando algunos cuentos que hace tiempo escribí. No son más que cuentecillos sin importancia, sin mucha miga, y del todo predecibles, no creo ni que os mantengan intrigados por ver que pasa. Serán algo así como... un intermedio.
Os dejo durante unos dias al menos, con los "anuncios".


Ni los más viejos del lugar recordaban, que hubiese llovido nunca dos días seguido en Villa Nueva del Torrente Seco. Aquellas semanas de lluvias constantes serían durante años dignas de rememorarse. Y justo en mitad de aquel aguacero sucedió algo que hizo que las comadres hicieran cuentas en el almanaque, para que nadie, pudiese engañarlas.
Cada mañana Cándido, el pastor, pasaba por la puerta de Mariana camino del monte. El padre de la muchacha y el de Cándido, que Dios guarde en su gloria, hicieron juntos el servicio militar. Y con la excusa de preguntar por la salud del padre, el joven, se entretenía todos los días unos minutos con la hija. Mariana, que a esa hora siempre andaba barriendo la puerta, dejaba la escoba y contestaba.
- Sigue lo mismo, en la cama, con sus dolores.
Frase repetida cada día, y a la que el pastor, como siempre, contestaba con un apesadumbrado movimiento de cabeza. Después liaba un cigarrillo, distrayendo los ojos con el escote de Mariana. Ella, cuando se daba cuenta, se abrochaba algún botón más de la camisa y cruzaba los brazos delante del pecho. Y eso, a ojos de Cándido, no hacía sino aumentar el tamaño de aquel sugerente canalillo. La conversación era siempre breve, en cuanto el cabrero había liado el cigarro, sacaba el chisquero del bolsillo de la chaqueta, lo encendía y le daba una calada. Luego, a modo de despedida, se llevaba dos dedos a la visera de la gorra y sin decir ni una palabra más, seguía su camino. Para entonces las cabras lo habían adelantado un buen trecho, conocen el camino y Canela, la perrita que lo ayuda, cuida que ninguna se salga de la vereda
Mariana lo veía marchar, es alto y no mal parecido. Aunque lleva las ropas gastadas siempre va limpio, cosa que no suele ocurrir en un hombre soltero y con aquel oficio. Incluso algunas mañana le parece que el pastor huele a agua de colonia, en lugar de a cabra. Lo oía silbar a la perrita, que acudía a su lado contenta, y él, se agachaba para acariciarla detrás de las orejas.
Justo, el padre de Mariana, llevaba en cama más de cinco años. No padece enfermedad alguna, o eso dicen los médicos, pero los terribles dolores que sufre no lo dejan abandonar el lecho. La hija, a la muerte de la madre, se vio obligada a cuidarlo. Eso alejó a los mozos que la pretendían, porque la primera condición de Justo para consentir en el casamiento, era que la chica no podía dejarlo, marido sí, pero padre también. La idea de compartir a tan buena moza, y quizá, quien sabe, con el tiempo tener que cuidar también del padre, no atraía a los muchachos. Ese era el motivo de que Mariana, hermosa como ninguna en el lugar, siguiera soltera y con riesgo de quedarse para vestir santos si Justo no se moría pronto.
Cándido nunca tuvo novia conocida en el pueblo, las malas lenguas decían que con las cabras tenía consuelo suficiente. Él, ajeno a las habladurías, pasaba los días sentado bajo una encina en lo más alto del monte, con la compañía de Canela, soñando con descuidados botones de camisa y escribiendo en hojas arrancadas de una vieja libreta. Ya de niño le gustaban las letras, pero la pobre condición de sus padres, hizo que no tuviese más escuela que la del pueblo y tan sólo durante los primeros años. En cuanto tuvo edad de cuidar de los animales, lo enviaron al monte. Después su padre, que Dios guarde en su gloria, los dejó a él y a su madre, que no tardaría mucho en dejarlo también. En aquellos pocos años de colegio, compartió pupitre con Mariana, y desde entonces andaba prendado de ella Cándido. La niña de gruesas trenzas, era ahora una mujer de largos cabellos oscuros como noche sin luna, y ojos verde aceituna. Aquellas ropas que usaba, y que debieron ser de su madre, eran al menos una talla más pequeña que la suya, y dejaban entrever más de lo que el pastor podía soportar sin perder la compostura. Por eso casi no cruzaba palabra con ella, pero dejaba hablar a sus ojos por él.
Justo veía por la ventana cada mañana el ritual de Cándido y Mariana, y si bien no estaba del todo seguro de los sentimientos de la muchacha, lo estaba sin asomo alguno de duda sobre los del hijo de su viejo amigo. Como no tenía otra ocupación, sólo la de pensar, pasaba los días urdiendo planes, para el futuro inmediato de su hija.
Llevaba ya tres días lloviendo en Villa Nueva del Torrente Seco. El agua corría por las calles empedradas y empinadas del pueblo, amenazando con hacer que el Torrente Seco, que daba nombre al pueblo, se desbordase. Llovía día y noche, sin un minuto de descanso. Al cuarto día....

3 comentarios:

  1. Primero... A mi estos sustos no me los pegues más eh...Tú vete sí, descansa lo que quieras que todo el mundo nos lo merecemos (bueno, algunos la verdad, se lo merecen más que otros).

    Eso sí...Por Dios...¡¡VUELVEEEE!!.

    ¡¡Quiero seguir leyendo el cuento!!.
    :( :(

    ¡Me has dejado con ganas de más!. Mira que dejarlo en "Al cuarto día"...Luego me decís mala a mi cuando corto algo jaja.

    Besos.

    =^.^=

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  2. Como que te vas? Nos vas a dejar así, que paso al 4 dia? Vuelve!!

    Yo deje mi antiguo blog, el resultado a sido el mismo, volver con otro nombre pero volvi!

    Por cierto hoy es tu cumpleaños, FELICIDADES JO y que cumplas muchos más! Besossssssssss

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    1. Si, hoy es mi cumpleaños, muchas gracias por darte cuenta.
      Besitos.

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