miércoles, 22 de febrero de 2012

Malos tiempos...

¡Y a ti qué más te da!
Hablábamos de diagnósticos médicos, de lo malos que estaba siendo últimamente para gente que conocemos, para gente con la que trabajamos.
Sí, lo dije, dije que prefería morir a vivir sabiendo que sólo me esperaba una muerte segura, lenta, dolorosa, y segura.
Sí, lo dije, y sé que puede llegar el día en que me enfrente a algo así, tal vez como castigo divino por mis palabras, y no tener los cojones suficientes para acabar conmigo misma. Sí, también dije eso.
Que mujer esta.... dijiste, con cara de pensar que no digo más que tonterías.
¡Y a ti qué más te da! te dije.
Qué te importa, qué puede importarte, qué más te da, qué más te da...

miércoles, 15 de febrero de 2012

Los cuentos de Villanueva del Torrente Seco II

Al cuarto día, Cándido no tuvo otro remedio que sacar las cabras del corral y llevarlas al monte. Si las dejaba allí morirían de hambre, porque ya se habían comido el poco pienso que el pastor guardaba. Sabía que llevarlas bajo la lluvia calle arriba no iba a ser tarea fácil. Al pasar por la puerta de Mariana, sintió más que nunca que no dejase de llover, así no había quien barriese la puerta, y ese día, al igual que los anteriores, no podría preguntar por el amigo de su padre, que Dios guarde en su gloria. Miró de reojo la puerta cerrada y no se detuvo ni a liar el cigarro, además, con tanta agua no iba a poderlo encender. Entonces, para su sorpresa, la puerta se abrió y asomó una Mariana que parecía vestida para ir a misa, toda de negro y con la mantilla cubriéndole el pelo. Sobresaltado Cándido se acercó y habló.
-¡Dios mío! ¿Se ha muerto tu padre?
- Sigue igual, en la cama, con sus dolores, pero él dice que de hoy no pasa. Me ha dicho que me preparase, por si luego con el disgusto no doy con los trapos negros, y además, quiere que entres. Iba a salir a buscarte, cuando mi padre ha oído el cencerreo de tus cabras- dijo la muchacha alargando aquel día su respuesta habitual.
-¿Quiere que entre?.Pero si estoy chorreando- dijo el pastor sorprendido.
- Lo mismo da. ¿No le irás a negar su última voluntad a un moribundo, verdad?
Cándido no dijo nada más, hizo un gesto a Canela que lo esperaba al final de la calle, y el animal obediente, toma el mando de las cabras que bajo la lluvia continúan el camino con calma, casi indiferentes a los ladridos del animal.
Escurriendo agua entró en la habitación de Justo al que no veía desde que era un niño. Lo recordaba joven, alto y robusto. La extraña enfermedad que lo mantenía en cama parecía haberlo hecho menguar, por encima del pantalón le sobresalían los huesos de las rodillas por su extrema delgadez. Peinaba hacia atrás los pocos cabellos blancos, y un sin fin de diminutas arrugas le surcaba el rostro, sólo sus ojos, parecían jóvenes y realmente vivos. Estaba tumbado en la cama, recostado sobre unos almohadones. Había velones encendidos como si fuese el día de los difuntos, y el enfermo, llevaba puesto su mejor traje, no quería darle a su hija el mal trago de vestir a un muerto. El joven, estrujaba la gorra empapada que se había quitado al entrar. Mariana no solía ver el ensortijado pelo castaño de Cándido, y no pudo evitar mirar como se iba rizando con la humedad. Justo carraspeó para llamar su atención, y la chica, bajó la vista ruborizada.
- Niña, coge el paraguas y vete a buscar a Don Ángel- dijo el enfermo con apenas un hilo de voz.
- Pero padre, está lloviendo a cantaros, el cura ya estuvo aquí hace dos días, creo que...
-¡Haz lo que digo!¡Que me muero y quiero confesarme!- dijo su padre interrumpiéndola
La muchacha salió corriendo sin decir nada, sorprendida de pronto por la energía de su progenitor. Cuando se quedaron a solas Justo pidió al muchacho que mirase por la ventana, y se asegurase que Mariana salía a buscar al párroco.
- Llevo todos estos años, viendo como cada mañana te paras a hablar con mi hija- dijo Justo comenzando a hablar- y me gustaría saber que intenciones tienes para con ella.
- Yo.. verá usted... me paro a preguntarle por la salud de usted... unas palabras cruzamos nada mas- dijo Cándido haciendo gotear la gorra, de tanto estrujarla.
- ¿Y nada más?. Mi hija anda todo el día, escondiéndome unos papelitos doblados que guarda en el bolsillo del delantal. En cuanto me cree dormido, o en cuanto se desocupa, los saca para leerlos. Mas de diez, le he contado sin que se diese cuenta. Papeles como esos que asoman medio mojados del bolsillo de tu chaqueta- dijo Justo señalando con el dedo el lugar- ¿No sabrás tú algo de eso? ¡Habla mozo!...

viernes, 10 de febrero de 2012

Los cuentos de Villa Nueva del Torrente Seco.

Cansada como estoy de mi misma,de subir y bajar, y acabar siempre en el mismo sitio...
Pensé por un momento en dejar este lugar, marcharme tan silenciosamente como llegué. Para no hablar durante un tiempo de mis "penas de amor", que a fin de cuentas no tienen miras de acabar, y que será como... dejar de ver una telenovela unos días, en cuanto ves un capítulo ya estás al día porque todo sigue practicamente igual, pues... he pensado en ir dejando algunos cuentos que hace tiempo escribí. No son más que cuentecillos sin importancia, sin mucha miga, y del todo predecibles, no creo ni que os mantengan intrigados por ver que pasa. Serán algo así como... un intermedio.
Os dejo durante unos dias al menos, con los "anuncios".


Ni los más viejos del lugar recordaban, que hubiese llovido nunca dos días seguido en Villa Nueva del Torrente Seco. Aquellas semanas de lluvias constantes serían durante años dignas de rememorarse. Y justo en mitad de aquel aguacero sucedió algo que hizo que las comadres hicieran cuentas en el almanaque, para que nadie, pudiese engañarlas.
Cada mañana Cándido, el pastor, pasaba por la puerta de Mariana camino del monte. El padre de la muchacha y el de Cándido, que Dios guarde en su gloria, hicieron juntos el servicio militar. Y con la excusa de preguntar por la salud del padre, el joven, se entretenía todos los días unos minutos con la hija. Mariana, que a esa hora siempre andaba barriendo la puerta, dejaba la escoba y contestaba.
- Sigue lo mismo, en la cama, con sus dolores.
Frase repetida cada día, y a la que el pastor, como siempre, contestaba con un apesadumbrado movimiento de cabeza. Después liaba un cigarrillo, distrayendo los ojos con el escote de Mariana. Ella, cuando se daba cuenta, se abrochaba algún botón más de la camisa y cruzaba los brazos delante del pecho. Y eso, a ojos de Cándido, no hacía sino aumentar el tamaño de aquel sugerente canalillo. La conversación era siempre breve, en cuanto el cabrero había liado el cigarro, sacaba el chisquero del bolsillo de la chaqueta, lo encendía y le daba una calada. Luego, a modo de despedida, se llevaba dos dedos a la visera de la gorra y sin decir ni una palabra más, seguía su camino. Para entonces las cabras lo habían adelantado un buen trecho, conocen el camino y Canela, la perrita que lo ayuda, cuida que ninguna se salga de la vereda
Mariana lo veía marchar, es alto y no mal parecido. Aunque lleva las ropas gastadas siempre va limpio, cosa que no suele ocurrir en un hombre soltero y con aquel oficio. Incluso algunas mañana le parece que el pastor huele a agua de colonia, en lugar de a cabra. Lo oía silbar a la perrita, que acudía a su lado contenta, y él, se agachaba para acariciarla detrás de las orejas.
Justo, el padre de Mariana, llevaba en cama más de cinco años. No padece enfermedad alguna, o eso dicen los médicos, pero los terribles dolores que sufre no lo dejan abandonar el lecho. La hija, a la muerte de la madre, se vio obligada a cuidarlo. Eso alejó a los mozos que la pretendían, porque la primera condición de Justo para consentir en el casamiento, era que la chica no podía dejarlo, marido sí, pero padre también. La idea de compartir a tan buena moza, y quizá, quien sabe, con el tiempo tener que cuidar también del padre, no atraía a los muchachos. Ese era el motivo de que Mariana, hermosa como ninguna en el lugar, siguiera soltera y con riesgo de quedarse para vestir santos si Justo no se moría pronto.
Cándido nunca tuvo novia conocida en el pueblo, las malas lenguas decían que con las cabras tenía consuelo suficiente. Él, ajeno a las habladurías, pasaba los días sentado bajo una encina en lo más alto del monte, con la compañía de Canela, soñando con descuidados botones de camisa y escribiendo en hojas arrancadas de una vieja libreta. Ya de niño le gustaban las letras, pero la pobre condición de sus padres, hizo que no tuviese más escuela que la del pueblo y tan sólo durante los primeros años. En cuanto tuvo edad de cuidar de los animales, lo enviaron al monte. Después su padre, que Dios guarde en su gloria, los dejó a él y a su madre, que no tardaría mucho en dejarlo también. En aquellos pocos años de colegio, compartió pupitre con Mariana, y desde entonces andaba prendado de ella Cándido. La niña de gruesas trenzas, era ahora una mujer de largos cabellos oscuros como noche sin luna, y ojos verde aceituna. Aquellas ropas que usaba, y que debieron ser de su madre, eran al menos una talla más pequeña que la suya, y dejaban entrever más de lo que el pastor podía soportar sin perder la compostura. Por eso casi no cruzaba palabra con ella, pero dejaba hablar a sus ojos por él.
Justo veía por la ventana cada mañana el ritual de Cándido y Mariana, y si bien no estaba del todo seguro de los sentimientos de la muchacha, lo estaba sin asomo alguno de duda sobre los del hijo de su viejo amigo. Como no tenía otra ocupación, sólo la de pensar, pasaba los días urdiendo planes, para el futuro inmediato de su hija.
Llevaba ya tres días lloviendo en Villa Nueva del Torrente Seco. El agua corría por las calles empedradas y empinadas del pueblo, amenazando con hacer que el Torrente Seco, que daba nombre al pueblo, se desbordase. Llovía día y noche, sin un minuto de descanso. Al cuarto día....

martes, 7 de febrero de 2012

Llamadas.

Ayer me llamó alguien que fue... alguien para mi hace casi diez años.
Me pregunto por qué sigue llamándome después de tanto tiempo. Jamás hablamos del pasado, ni de lo que fuimos. Quizá lo hace sólo porque me prometió ser siempre mi amigo. A lo mejor así cree que está cumpliendo su promesa. Cuando hablo con él, soy, bueno, como soy. Algunas veces me parece que quizá pueda ver insinuaciones veladas en mis palabras. En mis.. no me ves porque no quieres, o no hablas en persona conmigo porque has elegido no hacerlo. Hace diez años creí estar enamorada de él, y él, ni siquiera llego a creer que lo estaba de mi. Lloré cuando se acabó, pero sólo porque soy una llorona, lloré por mí, porque necesitaba la atención que de vez en cuando me prestaba. Lo quería, pero no lo amaba, y él, bueno, supongo que me apreciaba. En mi memoria tengo algunos recuerdos, largas charlas, copas compartidas, una gota de champán que recogió de mi cadera con sus labios antes de que manchase la cama, unas pocas noches juntos, en fin... recuerdo alguna de esas cosas cuando me llama, pero nunca me atreveré a preguntar que es lo que él recuerda o por qué sigue llamando.

sábado, 4 de febrero de 2012

Cosa de dos.

Nunca me ha mentido. Nunca me ha prometido que iba a cambiar su vida por mí. Fui yo, la que pensó que quizá por amor...
Soy yo la que cree en cuentos de hadas, yo, la que se los escribe. Soy yo la que cubre con palabras sus ausencias. Él lo sabe, incluso me lo dice, todo esto se mantiene porque eres muy tolerante conmigo, eso dice. No, le digo, se mantiene porque te quiero. Culpa de mi obstinación al amor que siento si quieres, no a mi buen carácter. Tengo un genio de mil demonios, un genio que el domina con tan sólo una sonrisa. Son muchas las veces que pienso que el día en que haya de olvidarle, habré de odiarlo o no podré hacerlo. Para olvidar hay que dejar de recordar, y él, ahora, es mi único pensamiento. Sí, lo sé, ni siquiera se lleva estar tan enamorada, lo sé, soy una anticuada. Sé que no me prometió cosa alguna, sé de la manera que me ama, sé que vuelve a mi una y otra vez porque necesita lo que tiene en mi, el amor, o la manera en que lo siente cuando está conmigo. Estarías mejor sin mi, le dije, mucho más tranquilo. Pero sabes qué, te faltaría una cosa, te faltaría yo. Algunos días él también reniega de mi, también quiere acabar de una vez con todo esto, pero... tantas veces como renuncia a mi, tantas otras que me da la razón en eso de que... le falto yo.
Aguanto porque lo amo, aguanto, porque él también aguanta.
Y sí, sé que esto es vivir en una montaña rusa que nos tiene, no sólo a mi, arriba y abajo, que nos marea y que podríamos bajarnos en cuanto uno de los dos quisiera. Sin embargo, ninguno de los dos somos capaces de renunciar a lo que sentimos, al menos, no de momento.
Llevamos este amor enraizado dentro de nosotros, debería ser fácil dejarse llevar sólo por él.

jueves, 2 de febrero de 2012

.....

Mi única arma es resistir, y cada día, al amanecer, descubro desertores en mis tropas, en esas que han de aguantar hasta que la fortaleza caiga.
Quizá se ha corrido la voz entre ellos de que yo, su comandante en jefe, sé que la fortaleza jamás se rendirá a mi, que jamás seremos conquistadores de esa plaza, que nunca pasearemos por sus calles victoriosos.
Batalla tras batalla, inútiles todas ellas, vuelvo a planear nuevas estrategias. A quién quiero engañar, ideo mil y una estratagemas que luego no me atrevo a llevar a cabo. Moriría desangrada en el campo de batalla, y arrastaría conmigo a mis valerosas huestes, y aun así, no conseguiría nada. No, no tiene sentido pensar que a lo mejor con el buen tiempo conseguimos avanzar. Miento, como Penélope, que deshacía lo tejido durante el día amparada por la noche, y así ganar tiempo en espera del retorno de su esposo. Miento, arengo a esos bravos soldados, los hago creer que avanzan, que ganan puestos, que el fin está cada día más cerca, y durante la noche, sin que se den cuenta, los hago retroceder justo hasta el lugar donde han estado desde el principio. Parece que ya no los engaño, sólo sigo haciéndolo conmigo misma.
Inicié esta contienda sabiéndome perdedora, pero creyendo que al menos podría plantar cara el enemigo y luchar por lo que quería. Decidí no hacerlo, sólo, esperar. Elegí una muerte lenta, en lugar de una digna en el campo de batalla.